miércoles, 20 de febrero de 2019

Mujeres "de las malas"

Hoy me gustaría hablaros del clásico sobrino que, en una cena de Navidad, contó que su vecino le dijo que a su hermano lo habían denunciado falsamente. O del amigo que, a través de su panadero, supo sobre lo que le ocurrió al hijo del frutero a quien, sin margen de duda ni error posible, denunció su mujer para quedarse con la custodia de los niños. Tanto una como otra, siempre según su versión, son mujeres "de las malas".

No quiero que vayáis a pensar que estas historias siempre salen de la boca de hombres. Nada más alejado de la realidad. De hecho, el pasado fin de semana fue una mujer la que me deleitó con uno de estos relatos. No sé si se trataba del cuñado de su peluquero, o de un antiguo compañero de trabajo, al caso viene a ser lo mismo. La ecuación responde, por regla general, a la que a continuación expongo: Sujeto A (mujer "de las malas") denuncia a Sujeto B (hombre "de los buenos") falsamente, con la intención de quedarse con los hijos, la casa y, si hubiera en cantidades considerables, la pasta. En el supuesto de familias humildes, o de ser ella extranjera, probablemente refieran que buscaba la famosa "paguilla".

Lo más gracioso de todo es que la clásica historia que aquí nos ocupa llega justo después de que les diga a qué me dedico. Para que os hagáis una idea, intentaré reproducir el sentido de la conversación. Sería algo así como:

Álvaro: "Soy Inspector de Policía. Dirijo un Grupo de Investigación especializado en familia y mujer. Violencia de género, doméstica y delitos contra la libertad sexual."

Interlocutor/a: "Qué chungo. Debe ser difícil trabajar en algo así..."

Álvaro: "La verdad es que se ven cosas desagradables, pero la oportunidad de ayudar al que más lo necesita compensa todo lo que se ponga por delante." Os prometo que siempre, siempre, intento transmitir sensibilidad desde el minuto uno. Ni aún así...

Interlocutor/a: "Imagino. Ahora está la cosa "calentita" con eso de las denuncias falsas. Seguro que veis muchas..."

Álvaro: "Pues en cuatro años que llevo solo he tenido unas cuatro o cinco investigaciones sobre violencia de género en las que concluyera una posible falta a la verdad. Luego no les he seguido la pista; desconozco cuántas acabaron en condena."

Interlocutor/a: "Qué raro. A mí me han contado varios casos. Sin ir más lejos, el tío de mi amiga del pueblo pasó un fin de semana en el calabozo..." Con vuestro permiso, obviaré los cinco minutos de historia que siguen.

Después de esto intento explicarles que un sobreseimiento judicial no implica que la mujer mintiera. También les hablo del privilegio de la dispensa de declarar en contra de sus parejas, al que se acogen más mujeres de las que desearíamos. Les digo que el hecho de que "retiren la denuncia" en el Juzgado - como coloquialmente se define esta acción -, no significa que la presunta perjudicada tenga motivaciones espúreas. Continúo contándoles que la violencia de género, como tipología delictiva, cursa bajo unas circunstancias que la hacen especial. Suelo destacar una en concreto: el maltrato queda normalmente confinado en las cuatro paredes del hogar, lejos de la mirada de terceros. Esto dificulta en gran medida la prueba, porque en numerosas ocasiones solo tenemos la palabra de uno contra la de otro. Por tanto, que no condenen a un determinado hombre no significa, necesariamente, que la supuesta víctima engañara al sistema. Faltaría más.

Os confieso que hay veces que consigo cambiar mentalidades. Otras, después de ponerle una buena dosis de paciencia y cariño, levanto el pie del acelerador y doy el caso por perdido. Sea de una manera u otra, lo que más me choca es el pensamiento que parece estar calando en parte de la población: hay multitud de denuncias falsas en el ámbito de la violencia de género. Esto da que pensar. En un país donde anualmente son asesinadas una media de 60 mujeres a manos de sus parejas o ex-parejas, hay gente que se queda con historias de tercera o cuarta mano, en las que se acusa a una porción del sexo femenino ("las malas") de denunciar a hombres "buenos". Hay algo que no cuadra; una pieza no encaja en este puzzle.

Ante toda esta confusión, en la que se mezclan mensajes incompletos con falta de conciencia social, entre otros aspectos; el remedio que se erige en infalible es, sin lugar a dudas, la educación.  No nos dejemos llevar por informaciones imprecisas, no contrastadas. Necesitamos igualdad, y a ser posible, cuanto antes.

Foto: Pixabay

jueves, 14 de febrero de 2019

Aliados por la igualdad

El domingo puse el foco en ellas: todas esas supervivientes que inspiran y se erigen en ejemplo de superación. Hoy, si me lo permitís, os hablaré de aquello que sucede entre bambalinas, fuera de los ojos atentos del público general.

Estas mujeres tienen, cuando se deciden por la vía penal, el apoyo incondicional de muchas personas. Entre estas, por supuesto, se encuentra la Policía Nacional. Voy a barrer para casa - por algo a este espacio lo bauticé "El pequeño rincón de Álvaro" -. Y es que gran parte de la culpa de la supervivencia de muchas valientes la tenemos nosotros (y vosotras, mis queridas compañeras).

Las Unidades de Familia y Mujer llevan desde 2015 prestando una atención integral y especializada a víctimas de violencia de género. Para que no haya confusiones, conviene puntualizar que desde estos equipos también se investigan conductas penales incluidas en el ámbito doméstico o familiar - entre las que se encuadran los casos en los que la mujer aparece como sujeto activo del delito -; y aquellas que afectan a la libertad e indemnidad sexual. En este último apartado las víctimas son mujeres en un elevadísimo porcentaje. Todo hay que decirlo.

Contaba que sobre la Policía podemos depositar un buen pellizco de responsabilidad en materia de auxilio y protección de mujeres maltratadas. Porque, al fin y al cabo, las Fuerzas de Seguridad han de avanzar al compás de la ciudadanía: en la actualidad, huelga recordarlo, la igualdad está de moda. Así las cosas, toca posicionarse en el extremo opuesto al machismo; abogar por la especialización y la concienciación de los especialistas policiales; crear una red de ayuda a las víctimas en la que la coordinación interinstitucional ocupe un lugar central.

Pero no solo de represión vive la política criminal. Para que el cambio pueda ser una realidad, la mayor parte de los esfuerzos han de recaer en otro ámbito: el de la prevención. Que conste que no me refiero a la presencia policial en las calles - por cierto, necesaria en la evitación de conductas criminales -, aquí pretendo poner el acento en el campo de la educación. ¿La Policía trabaja el aspecto educacional? Por supuesto, además de la concienciación social. Nos podéis encontrar en centros educativos, en A.M.P.A.s, en mesas redondas multidisciplinares, en jornadas de formación... Porque, como apuntaba, el castigo no nos conducirá a la meta.

Así las cosas, seguiremos del lado de quienes más lo necesitan: las víctimas. Por ellas.





sábado, 9 de febrero de 2019

Un halo de esperanza

"La vida se compone de pequeños momentos." Así concluía su intervención otro de los autores premiados, cuyo nombre no alcanzo ahora a recordar. Pero esto, al caso, es lo de menos. A mí lo que realmente me caló fue el mensaje: la vida es una suma de vivencias. Unas malas; otras que pasan desapercibidas; algunas regulares; y otras, simple y llanamente, maravillosas.

El pasado viernes mi libro (La lucha contra la violencia de género: vivencias de un Policía) era elegido como el mejor del 2018 de la categoría "superación", en la V gala de los premios editorial Círculo Rojo. Esto, por cierto, también ha de ser tomado como un dato circunstancial. Permitirme que me explique: este reconocimiento se lo debo a ellas y solo a ellas. Ellas, en exclusiva, son la razón de mi inspiración. Ellas, y nadie más, traen un halo de esperanza a muchas mujeres que sufren, que se encuentran perdidas. Porque, no lo olvidéis, la vida se compone de momentos y su supervivencia me dejó una huella imborrable.

A este respecto, también debo deciros que vivimos en un mundo donde "vende" la tragedia. Pareciera que ansiamos conocer los detalles sobre la desgracia ajena. Solo tenéis que sintonizar cualquier cadena televisiva, a las 15 horas exactamente, para comprobar mi teoría. Asesinatos, accidentes, peleas, catástrofes; y así podría seguir hasta llenar un par de páginas.

Por este motivo, precisamente, son tan importantes los finales felices. Se hace fundamental contrarrestar tanta negatividad y desesperación para poder creer que un mundo mejor es posible. De la violencia de género se puede salir, indudablemente. Ellas lo demostraron - me refiero a mis 6 valientes y a un sinfín de mujeres más -. Con su ejemplo prueban que hay luz al final del túnel y, por qué no, que existe la ilusión de una vida mejor.

Desde aquí os pido que no dejéis nunca de buscar historias positivas. Solo así podremos aspirar a plantar cara al maltrato con opciones de victoria. Gracias de todo corazón.


jueves, 7 de febrero de 2019

Un comienzo de año negro

Siete. Un número que bien podría significar un magnífico rendimiento en un examen, en este caso concreto, apunta en una dirección muy distinta. Siete son las mujeres presuntamente asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas en lo que va de 2019. Un total de siete víctimas mortales en escasos 50 días. Escalofriante, ¿no creéis?

Desde 2003, año en que se comienza a contabilizar la cifra de la vergüenza (como alguien, acertadamente por cierto, tuvo a bien bautizarla), son ya 982 nombres de mujeres los que engrosan esta maldita lista. Para que os hagáis una idea del alcance de la violencia de género: la banda terrorista ETA dejó un legado mortal de 853 personas. Se trata, a la vista de los hechos, de una lacra de alcance social.

Pero lo más preocupante de todo - al menos, a mi juicio - es que en 6 de los casos no existían denuncias previas. Lo repito, para que cale: no existían denuncias previas. La repetición la baso en que, todavía, se siguen leyendo titulares de tipo: "ninguna víctima había denunciado; las 6 mujeres no habían presentado denuncia; etc." Hace escasos días lo tuiteaba en mi perfil: el lenguaje es importante y, si depositamos la responsabilidad de la denuncia en ellas, por un lado podríamos dar a entender que indirectamente las culpamos de lo ocurrido y, por otro, no menos importante, transmitimos a la sociedad en general que el peso de pedir ayuda recae en ellas, exclusivamente. No olvidemos que la culpa exclusiva ha de recaer sobre el maltratador. Siempre, sin excepciones.

Para aquellos y aquellas que penséis que exagero, o incluso que carezco de razón, os daré algunas cifras de interés al respecto: en 2017 solo el 2'25% de las denuncias fueron iniciadas por el entorno de la víctima. Me refiero a familiares, amistades, vecinos y vecinas. Voy más allá, si me lo permitís: de 2018 conocemos las cifras de los tres primeros trimestres y el porcentaje ha descendido a un 1'4%. Datos, sin duda, desalentadores.

¿Qué explicación hay para esta suerte de silencio? ¿Por qué seguimos mirando para otro lado? Históricamente se ha esgrimido la creencia de que los problemas de pareja son de índole privado. Eso de "los trapos sucios se lavan en casa". Al machismo le conviene mantener el statu quo: las probabilidades de que un agresor sea descubierto descienden si se consigue que el apoyo externo nunca llegue. En relación a este hilo argumental recuerdo como un chico de 16 años, al término de una charla en instituto, se me acercó para compartir conmigo una experiencia personal. Contaba que sus vecinos de abajo discutían con habitualidad. Incluso puntualizaba que en alguna ocasión había escuchado gritos de la mujer pidiendo auxilio y ruidos que podrían corresponderse con la rotura de enseres domésticos - muebles, vasos, etc -. En uno de esos incidentes le preguntó a su padre si debían llamar a la Guardia Civil. La respuesta de su progenitor fue taxativa: "No te metas. Son asuntos de pareja." Yo, en línea con mis convicciones, no pude evitar pedirle que la próxima vez que ocurra un episodio parecido marque el 062 o el 112, dé cuenta de los hechos y no le diga absolutamente nada a su padre. Tal vez me metiera donde no me llaman, pero no pude evitarlo. Lo hice pensando en ella.

En definitiva, falta conciencia social "por un tubo". No podemos seguir instalados en esta cómoda complicidad, bajo una especie de anestesia que nos impide implicarnos de lleno, levantar la voz de una vez por todas. Es momento de decir basta; toca salir de la zona de confort y dar la cara para proteger a estas mujeres que sufren violencia, día sí, día también; a manos de quienes debieran amarlas y respetarlas. Desde aquí os pido implicación: esta feroz batalla contra el machismo solo puede ser ganada con la participación de la sociedad en su conjunto. No lo hagáis por mí, hacedlo por ellas.

Imagen extraída de la web navarra.es