Hace unos días tocó hacer balance
de las cifras al respecto de la violencia cometida sobre la mujer pareja
durante el confinamiento. Fue durante el telediario de mediodía del canal local
101TV Málaga. Para ello hice acopio de los datos oficiales, comprendidos entre
el 15 de marzo y el pasado 6 de mayo (día en que tuvo lugar la entrevista),
relativos a las actuaciones de Policía Nacional por violencia de género en la
capital de la Costa del Sol. El total ascendía a 115.
Para hacerme una idea de las
implicaciones que este escenario inédito ha supuesto, y poder interpretar la
incidencia de casos, comparé el dato con el obtenido durante el mismo periodo
temporal del año anterior. En 2019, 167. Un descenso porcentual del 32%.
¿Esto qué significa? ¿Hay menos
violencia de género bajo el vigente estado de alarma? ¿De qué manera podemos
explicar esta sustancial bajada? Lo único que podemos concluir sin margen de
error es que las estadísticas representan el número de hechos conocidos en un
ámbito delictivo concreto, pero, por desgracia, no recogen la criminalidad real
registrada en toda su extensión. Existe lo que conocemos como cifra negra, es decir,
conductas delictivas que no se denuncian ni son detectadas por las
Instituciones. Esto, por si fuera poco, se ve amplificado en el ámbito de la
violencia de género, donde multitud de factores (miedo al agresor, dependencia
emocional y económica, vergüenza o temor a no ser creída, etc.) determinan que
las víctimas opten por callar y sufrir en silencio, en el peor de los casos, o
que se acojan a otras vías de salida distintas a la denuncia, en el mejor,
siempre que las termine por convertir en supervivientes.
Resulta que todo lo que sabemos,
teórico y práctico, aplica a un escenario de normalidad, en el que convivimos
en sociedad sin más limitaciones que el respeto por la libertad de los demás.
La crisis sanitaria motivada por la irrupción del COVID-19 cambia por completo
las reglas del juego: estamos ante una situación inédita. Esto implica que
explicar el decrecimiento en lo relativo a hechos conocidos se base en hipótesis
que, bajo las actuales circunstancias, no puedan por el momento ser
verificadas. Sin embargo, sí podemos afirmar que las múltiples aristas de esta
lacra social determinan que no pueda existir una única explicación que abarque
toda su complejidad, sino que es necesario una combinación de varias teorías.
Veamos algunas brevemente.
Se ha hablado, en primer lugar,
de reacciones adaptativas por parte de la mujer víctima. El instinto de
supervivencia las lleva, ante la situación de confinamiento, a amoldarse a los
cambios, con el solo objetivo de “no despertar a la bestia”. El hecho de que
los hijos pasen un mayor tiempo en casa y la masiva pérdida de empleos suponen
una modificación nada desdeñable del contrato familiar: las tareas en el hogar
y el cuidado de los menores, por ejemplo, han de acometerse de forma distinta a
lo que estábamos acostumbrados. Y al maltratador no le gusta asumir
responsabilidades familiares, os lo aseguro. Ante este nuevo enfoque, ellas aguantarán
carros y carretas con tal de no enfadarlos. Primera teoría explicativa del descenso.
En segundo lugar, tendríamos las
mayores facilidades con que se encuentra el agresor para controlar a la víctima:
antes del COVID-19 ellas iban a sus lugares de trabajo, salían a tomar café con
amigas (siempre y cuando lo tuvieran permitido). Desarrollaban, en definitiva,
una vida social más intensa. La situación actual supone que ellos las tengan a
mano, bajo control. Recordemos que la motivación principal de esta conducta
delictiva, por lo general, prolongada en el tiempo, es la dominación y el
sometimiento. En su casa el agresor lleva los pantalones, nunca mejor dicho. Todo
esto podría suponer un menor número de explosiones violentas. Segunda teoría.
Aunque pueda parecer que, con las
anteriores explicaciones, el maltrato se ha visto mermado; la realidad no es,
lamentablemente, tan halagüeña. Ellas siguen sumidas en el clima de terror
instaurado en sus propios hogares; en su día a día de insultos y humillaciones.
Lo que se ha podido ver reducido es el número de episodios violentos graves,
tras los cuales las víctimas tendrían instantes de claridad y duda que, bajo
las circunstancias apropiadas, las llevarían a denunciar su situación.
La última teoría que esgrimiré muestra
tintes menos “optimistas” en la lectura e interpretación de los datos. Esta
apuntaría a que la violencia, lejos de retroceder, ha ido en aumento por el
estrés que supone la incertidumbre y las novedosas circunstancias de vida. Sin
embargo, debido al encierro, ellas no ven la manera de solicitar ayuda. Están
encerradas en su propia casa junto a sus verdugos.
Para evitar el aislamiento al que
se refiere esta tercera hipótesis se han habilitado recursos adaptados a este
escenario sin precedentes: el botón SOS de la aplicación AlertCops, los
teléfonos de asistencia psicológica vía Whatsapp del Ministerio de Igualdad o
la iniciativa “Mascarilla19”; entre otros. No podemos abandonarlas a su suerte.
Como conclusión lanzaré dos mensajes
que considero de enorme interés: por un lado, vuelvo a apelar al apoyo externo.
Reconozco que peco de reiterativo, pero es algo que asumo con satisfacción. Los
miembros del vecindario pasan más horas en casa y eso los sitúa en una posición
privilegiada de detección. Mirar hacia otro lado no es una opción; descuelguen
el teléfono y marquen el 091, el 062 o el 112. Por ellas.
Por otro lado, no quería
marcharme sin puntualizar que, hasta que no llevemos un tiempo prudencial en lo
que se ha bautizado como “nueva normalidad”, no podremos contrastar hipótesis y
sacar conclusiones al respecto de las estadísticas relativas al periodo de
confinamiento. Desconozco si una vez se levante todas las restricciones
experimentaremos un incremento inusitado en los casos detectados, porque, todo lo
que han “tragado” durante el encierro, que no denunciaron debido al control
constante de sus maltratadores, saldrá a la luz con la vuelta a la rutina. Toca
esperar, estar atentos por si se nos necesita. Esta lucha está todavía en plena
ebullición. No caigamos en la complacencia.
Fuente: Cartel de la campaña de prevención de la violencia de género durante el estado de alarma del Gobierno de Canarias