Era
una mañana primaveral de miércoles cuando sonó mi teléfono. Sin
esperarlo, en la creencia de que esa llamada pasaría al cajón de la
rutina, como ocurre con la mayoría, contesté con el habitual: “UFAM
Investigación, buenos días”. Al otro lado había un compañero
de una ODAC de Distrito, quien me transmitía que un ciudadano había
presenciado un presunto episodio violento de pareja y deseaba
denunciarlo. Le indiqué que lo derivara a nuestra Unidad de
inmediato.
Este
señor, a quien me dirigiré por el nombre de Ángel (pronto
descubriréis el porqué), llegó a mi oficina sobre las 15:30. Era,
de hecho, su descanso para almorzar en el trabajo. Visiblemente
inquieto, extrajo su teléfono del bolsillo y me dijo que quería
enseñarme una grabación. Si os digo que su cara era un poema no
estaría exagerando lo más mínimo. Me acerqué a él para poder ver
con claridad lo que tenía que mostrarme. El vídeo, de algo más de
un minuto de duración, no dejaba lugar a la interpretación. Estaba
grabado desde el interior de un vehículo que se encontraba parado en
lo que parecía una suerte de atasco. En el interior del coche que se
encontraba justamente delante, de repente, se inicia una agresión.
Un varón, a los mandos, comienza a gesticular de manera violenta con
sus brazos, mientras dirige su mirada al asiento del copiloto, donde
viajaba una mujer. La discusión inicial se tornó instantes después
en un ataque físico. En un intento desesperado de repeler la
embestida, ella se cubría con sus brazos y se inclinaba hacia atrás
hasta que su cuerpo chocó con la puerta del vehículo. En cuestión
de segundos se sucedieron numerosos golpes que impactaron en el
cuerpo de la mujer. La virulencia del acometimiento saltaba a la
vista, te erizaba el vello corporal.
Me
dirigí a Ángel para decirle: “Mire, todo apunta a que estamos
ante un ataque con tintes machistas. Usted es testigo directo de los
hechos, además de poder aportar un documento gráfico que los recoge
y, por tanto, de gran valor para la investigación. Para velar por su
seguridad y mantenerlo en el anonimato, existe la figura del testigo
protegido. Con ella su nombre no aparecerá en ninguna parte; el
agresor jamás sabrá que es usted la persona que ha denunciado”.
Él, en un intento de interiorizar toda la información que acababa
de recibir, me preguntó: “No sé, ¿qué haría usted en mi
lugar? Quiero ayudar”. Mi respuesta sería algo como: “El
simple gesto de venir hasta aquí, en su único rato de esparcimiento
diario, me dice que es usted una persona implicada y a quien le
preocupa esta lacra social. ¿Si la mujer del vehículo fuera su
hermana, o su madre, querría que la ayudaran?”. Me
dio un sí rotundo y formalizamos la denuncia. Antes de irse le di
las gracias de nuevo por el ejemplo de ciudadanía que había
demostrado, algo poco habitual en estos tiempos que corren, además
de indicarle que lo llamaría para acompañarlo a declarar al
Juzgado.
Ya
solo en el despacho, volví a reproducir el vídeo y anoté en un
papel la placa de matrícula del vehículo en cuyo interior se
desarrollaba la agresión, presuntamente machista. Estaba a nombre de
una mujer, de edad similar a la que se podía inferir en las
imágenes. Le asigné el caso a uno de mis Policías.
Entrada
la tarde, cuando me encontraba en el parque con mi pequeñín, recibí
su llamada en mi teléfono. Me indicaba que la señora estaba casada, que tenía
dos hijos menores y vivía en un lugar muy próximo a donde se grabó
el documento gráfico. Me propuso lo siguiente: “La
citamos para que venga a Comisaría con el pretexto del vehículo.
Una vez aquí, le preguntamos por el coche, por quién suele ser el
conductor habitual y quién iba al volante esa mañana. Luego le
mostramos el vídeo y le leemos la dispensa de la obligación de
denunciar”. La estrategia era
una maravilla y así se lo hice saber.
A
la mañana siguiente vino la mujer. Confirmó que el coche estaba a
su nombre pero que lo conducía su marido y que esa mañana venían
de dejar a los niños en el Colegio. Se le mostró el vídeo y se
quedó perpleja. Lo negó todo, lo defendió, justificó la conducta.
Como era de esperar decidió no declarar en su contra.
A
estas alturas, siendo un delito perseguible de oficio, esto no nos
iba a parar los pies. Lo detuvimos y lo pusimos a disposición del
JVSM a la mañana siguiente. Ángel se ratificó en la declaración
prestada en Sede Policial y, ¿sabéis que ocurrió? Se dictó
sentencia condenatoria de conformidad. 4 meses de alejamiento e
incomunicación, incluso sin mediar la declaración de la víctima.
¿Hicimos bien? No me cabe duda de ello. A ella, que tiene una venda en los ojos y no
se reconoce como mujer maltratada, le hemos dado una oportunidad de
lujo para apartarse un tiempo de él y recapacitar. La labor del
Protector, en este período, será fundamental de mostrarle el camino.
Gracias
a un Ángel, nuestro Ángel, esta mujer tiene en su mano encontrar la
salida. Gracias a este ciudadano modelo, esta mujer podría hallar la
felicidad. Gracias Ángel.