miércoles, 18 de julio de 2018

Relato para la revista POLICÍA

Era una mañana primaveral de miércoles cuando sonó mi teléfono. Sin esperarlo, en la creencia de que esa llamada pasaría al cajón de la rutina, como ocurre con la mayoría, contesté con el habitual: “UFAM Investigación, buenos días”. Al otro lado había un compañero de una ODAC de Distrito, quien me transmitía que un ciudadano había presenciado un presunto episodio violento de pareja y deseaba denunciarlo. Le indiqué que lo derivara a nuestra Unidad de inmediato.

Este señor, a quien me dirigiré por el nombre de Ángel (pronto descubriréis el porqué), llegó a mi oficina sobre las 15:30. Era, de hecho, su descanso para almorzar en el trabajo. Visiblemente inquieto, extrajo su teléfono del bolsillo y me dijo que quería enseñarme una grabación. Si os digo que su cara era un poema no estaría exagerando lo más mínimo. Me acerqué a él para poder ver con claridad lo que tenía que mostrarme. El vídeo, de algo más de un minuto de duración, no dejaba lugar a la interpretación. Estaba grabado desde el interior de un vehículo que se encontraba parado en lo que parecía una suerte de atasco. En el interior del coche que se encontraba justamente delante, de repente, se inicia una agresión. Un varón, a los mandos, comienza a gesticular de manera violenta con sus brazos, mientras dirige su mirada al asiento del copiloto, donde viajaba una mujer. La discusión inicial se tornó instantes después en un ataque físico. En un intento desesperado de repeler la embestida, ella se cubría con sus brazos y se inclinaba hacia atrás hasta que su cuerpo chocó con la puerta del vehículo. En cuestión de segundos se sucedieron numerosos golpes que impactaron en el cuerpo de la mujer. La virulencia del acometimiento saltaba a la vista, te erizaba el vello corporal.

Me dirigí a Ángel para decirle: “Mire, todo apunta a que estamos ante un ataque con tintes machistas. Usted es testigo directo de los hechos, además de poder aportar un documento gráfico que los recoge y, por tanto, de gran valor para la investigación. Para velar por su seguridad y mantenerlo en el anonimato, existe la figura del testigo protegido. Con ella su nombre no aparecerá en ninguna parte; el agresor jamás sabrá que es usted la persona que ha denunciado”. Él, en un intento de interiorizar toda la información que acababa de recibir, me preguntó: “No sé, ¿qué haría usted en mi lugar? Quiero ayudar”. Mi respuesta sería algo como: “El simple gesto de venir hasta aquí, en su único rato de esparcimiento diario, me dice que es usted una persona implicada y a quien le preocupa esta lacra social. ¿Si la mujer del vehículo fuera su hermana, o su madre, querría que la ayudaran?”. Me dio un sí rotundo y formalizamos la denuncia. Antes de irse le di las gracias de nuevo por el ejemplo de ciudadanía que había demostrado, algo poco habitual en estos tiempos que corren, además de indicarle que lo llamaría para acompañarlo a declarar al Juzgado.

Ya solo en el despacho, volví a reproducir el vídeo y anoté en un papel la placa de matrícula del vehículo en cuyo interior se desarrollaba la agresión, presuntamente machista. Estaba a nombre de una mujer, de edad similar a la que se podía inferir en las imágenes. Le asigné el caso a uno de mis Policías.

Entrada la tarde, cuando me encontraba en el parque con mi pequeñín, recibí su llamada en mi teléfono. Me indicaba que la señora estaba casada, que tenía dos hijos menores y vivía en un lugar muy próximo a donde se grabó el documento gráfico. Me propuso lo siguiente: “La citamos para que venga a Comisaría con el pretexto del vehículo. Una vez aquí, le preguntamos por el coche, por quién suele ser el conductor habitual y quién iba al volante esa mañana. Luego le mostramos el vídeo y le leemos la dispensa de la obligación de denunciar”. La estrategia era una maravilla y así se lo hice saber.

A la mañana siguiente vino la mujer. Confirmó que el coche estaba a su nombre pero que lo conducía su marido y que esa mañana venían de dejar a los niños en el Colegio. Se le mostró el vídeo y se quedó perpleja. Lo negó todo, lo defendió, justificó la conducta. Como era de esperar decidió no declarar en su contra.
A estas alturas, siendo un delito perseguible de oficio, esto no nos iba a parar los pies. Lo detuvimos y lo pusimos a disposición del JVSM a la mañana siguiente. Ángel se ratificó en la declaración prestada en Sede Policial y, ¿sabéis que ocurrió? Se dictó sentencia condenatoria de conformidad. 4 meses de alejamiento e incomunicación, incluso sin mediar la declaración de la víctima. ¿Hicimos bien? No me cabe duda de ello. A ella, que tiene una venda en los ojos y no se reconoce como mujer maltratada, le hemos dado una oportunidad de lujo para apartarse un tiempo de él y recapacitar. La labor del Protector, en este período, será fundamental de mostrarle el camino.

Gracias a un Ángel, nuestro Ángel, esta mujer tiene en su mano encontrar la salida. Gracias a este ciudadano modelo, esta mujer podría hallar la felicidad. Gracias Ángel.


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