El miércoles fue un gran día. Uno de esos que pasan al baúl de los buenos recuerdos; aquel en el que se almacenan solo los que dejan una huella positiva, amable, simpática. Al menos para mí y los míos. De hecho el sentimiento podría quedar perfectamente definido con esta frase: la satisfacción del deber cumplido.
El miércoles pasó a disposición del Juzgado de Violencia Sobre la Mujer Avelino. Esa misma mañana, a pesar de su negativa a declarar en su contra, Amparo salió con una Orden de Protección bajo el brazo. Una medida cautelar que en su nombre solicitaron su madre y la Fiscal de guardia. La situación, sin duda, lo requería.
El caso de Amparo llegó a nuestras manos hace ahora dos semanas. Su madre, Martina, fue la encargada de presentarse en Comisaría para dar cuenta de la presunta situación de violencia de género que su hija sufría. Refería haber visto hematomas en diferentes zonas del cuerpo de la joven en varias ocasiones; marcas físicas que eran justificadas por Amparo a través de excusas inverosímiles: "Me las hice jugando con Avelino; no es nada, déjame que viva mi vida". Pero la mecha la incendió una llamada inesperada: la madre de una amiga de su hija contactó con ella para contarle un episodio violento. El hecho, ocurrido días atrás en un local público, fue presenciado por varias personas más (amigas de Amparo).
Asigné el caso a uno de mis Policías. Como viene siendo habitual en estas situaciones, en las que en principio no contamos con la colaboración de la supuesta víctima, recurrimos al Distrito Sanitario. Se solicitó el historial médico de Amparo. En concreto, aquellas asistencias facultativas registradas que pudieran derivarse de episodios de malos tratos. En 24 horas teníamos la información en el correo electrónico: solamente había una asistencia, por pérdida de peso, náuseas y mareo; ocasionada a raíz de una ruptura sentimental cercana en el tiempo. Esta información ya apuntaba a que, como mínimo, Amparo estaría manteniendo una relación tóxica.
El siguiente paso que dimos era previsible: identificamos a las testigos del supuesto episodio violento, contactamos con ellas por teléfono y las citamos en Comisaría para ser oídas en declaración. Todas vinieron prestas. Estaban decididas a echar un cable a su amiga para salir de la situación de maltrato en la que estaba atrapada.
Al objeto de evitar futuras represalias y que se sintieran más seguras en su intervención (sobre todo lo segundo, pues las partes pronto supieron quienes eran), les ofrecimos la figura del testigo protegido. Se acogieron a ella de buena gana. Martina no se equivocaba cuando dio la voz de alarma: estas jóvenes presenciaron una agresión física semanas atrás, en el seno de un nutrido grupo de personas que disfrutaban del sábado noche en un local de ocio. Así nos lo narraron y así quedó plasmado en el papel.
Amparo, como era de esperar, se acogió a su derecho a no declarar. En este primer contacto no se mostró para nada receptiva. Es más, nos transmitió abiertamente que nuestra presencia la incomodaba. Una vez firmada el acta de no denuncia, nos marchamos con el rabo entre las piernas. Habíamos perdido una batalla pero no la guerra.
Mandé detener a Avelino con los indicios que manejábamos. De hecho, cuando dimos con él estaba con Amparo. Ella pateleó de lo lindo, no quería que su pareja se viniera con nosotros. Su actitud no iba a evitar nuestra actuación: era víctima de violencia de género aunque todavía no lo supiera.
Al día siguiente, en el Juzgado, subí personalmente con el atestado bajo el brazo. Por este orden, hablé con Fiscal y Jueza. Ambas me transmitieron que habría medida cautelar. De ahí me fui a ver a las amigas de Amparo, refugiadas en una sala aparte por seguridad: les di las gracias por lo que estaban haciendo y les prometí que nos íbamos a volcar con su caso. No pararíamos hasta que abriera los ojos.
Por último, me entrevisté en privado con la propia Amparo. He de decir que se mostró más receptiva, o al menos me dio esa impresión: me miraba cuando le hablaba e incluso asentía con la cabeza. Le pedí que viera a una amiga psicóloga del Instituto Andaluz de la Mujer y hablara con ella. "Solo una ocasión, ¿lo harías por mí?". Contestó que sí. Con eso me bastó por el momento.
Ayer me llamó la coordinadora del IAM para decirme que todavía Amparo no había accedido a acudir a ninguna cita. Paso a paso, no podemos querer que todo se resuelva en un plis plas. Con la orden de protección en vigor, tendremos que estar atentos a posibles quebrantamientos y actuar si la situación lo requiere. Al menos le hemos dado la oportunidad de ver la salida y eso nos hace muy felices. O mejor dicho, su madre y sus amigas - en definitiva, sus seres queridos - le han tendido la mano para ayudarla. El apoyo externo es fundamental en esto de la violencia de género. No lo olvidéis.
P.D.: todos los datos (nombres, fechas...) que empleo son ficticios y la situación en sí se encuentra novelada y adaptada. Las razones son obvias.
Asigné el caso a uno de mis Policías. Como viene siendo habitual en estas situaciones, en las que en principio no contamos con la colaboración de la supuesta víctima, recurrimos al Distrito Sanitario. Se solicitó el historial médico de Amparo. En concreto, aquellas asistencias facultativas registradas que pudieran derivarse de episodios de malos tratos. En 24 horas teníamos la información en el correo electrónico: solamente había una asistencia, por pérdida de peso, náuseas y mareo; ocasionada a raíz de una ruptura sentimental cercana en el tiempo. Esta información ya apuntaba a que, como mínimo, Amparo estaría manteniendo una relación tóxica.
El siguiente paso que dimos era previsible: identificamos a las testigos del supuesto episodio violento, contactamos con ellas por teléfono y las citamos en Comisaría para ser oídas en declaración. Todas vinieron prestas. Estaban decididas a echar un cable a su amiga para salir de la situación de maltrato en la que estaba atrapada.
Al objeto de evitar futuras represalias y que se sintieran más seguras en su intervención (sobre todo lo segundo, pues las partes pronto supieron quienes eran), les ofrecimos la figura del testigo protegido. Se acogieron a ella de buena gana. Martina no se equivocaba cuando dio la voz de alarma: estas jóvenes presenciaron una agresión física semanas atrás, en el seno de un nutrido grupo de personas que disfrutaban del sábado noche en un local de ocio. Así nos lo narraron y así quedó plasmado en el papel.
Amparo, como era de esperar, se acogió a su derecho a no declarar. En este primer contacto no se mostró para nada receptiva. Es más, nos transmitió abiertamente que nuestra presencia la incomodaba. Una vez firmada el acta de no denuncia, nos marchamos con el rabo entre las piernas. Habíamos perdido una batalla pero no la guerra.
Mandé detener a Avelino con los indicios que manejábamos. De hecho, cuando dimos con él estaba con Amparo. Ella pateleó de lo lindo, no quería que su pareja se viniera con nosotros. Su actitud no iba a evitar nuestra actuación: era víctima de violencia de género aunque todavía no lo supiera.
Al día siguiente, en el Juzgado, subí personalmente con el atestado bajo el brazo. Por este orden, hablé con Fiscal y Jueza. Ambas me transmitieron que habría medida cautelar. De ahí me fui a ver a las amigas de Amparo, refugiadas en una sala aparte por seguridad: les di las gracias por lo que estaban haciendo y les prometí que nos íbamos a volcar con su caso. No pararíamos hasta que abriera los ojos.
Por último, me entrevisté en privado con la propia Amparo. He de decir que se mostró más receptiva, o al menos me dio esa impresión: me miraba cuando le hablaba e incluso asentía con la cabeza. Le pedí que viera a una amiga psicóloga del Instituto Andaluz de la Mujer y hablara con ella. "Solo una ocasión, ¿lo harías por mí?". Contestó que sí. Con eso me bastó por el momento.
Ayer me llamó la coordinadora del IAM para decirme que todavía Amparo no había accedido a acudir a ninguna cita. Paso a paso, no podemos querer que todo se resuelva en un plis plas. Con la orden de protección en vigor, tendremos que estar atentos a posibles quebrantamientos y actuar si la situación lo requiere. Al menos le hemos dado la oportunidad de ver la salida y eso nos hace muy felices. O mejor dicho, su madre y sus amigas - en definitiva, sus seres queridos - le han tendido la mano para ayudarla. El apoyo externo es fundamental en esto de la violencia de género. No lo olvidéis.
P.D.: todos los datos (nombres, fechas...) que empleo son ficticios y la situación en sí se encuentra novelada y adaptada. Las razones son obvias.
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