martes, 16 de abril de 2019

Un problema de los hombres que sufren las mujeres

El título no es "cosecha propia". Con el permiso de Michael Kaufman - tácito, todo sea dicho -, doy nombre a esta nueva entrada que versará, como viene siendo habitual, sobre la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres. Es decir, violencia de género en el sentido amplio del término.

A estas alturas del partido, a uno le cuesta creer que existan reticencias a la hora de admitir el carácter estructural de esta problemática, por un lado, y que esta suerte de barreras, por otro, vengan de la mano de reacciones agresivas en algún que otro caso. Sobre todo en redes sociales, donde el paraguas del anonimato, en los tiempos que corren, pareciera aguantarlo todo: insultos, desprecios y toda clase de comentarios hirientes que, en una gran proporción, tienen como diana al sexo femenino. Algo que no sorprende, a la vista de las cifras oficiales sobre violencia en el contexto de las relaciones de pareja y aquella que afecta a la libertad sexual de las mujeres, por poner un par de ejemplos. Ellas suelen ser las afectadas; nosotros, los responsables.

Y es que nuevamente, si recurrimos al rico refranero castellano, encontramos un dicho que viene como anillo al dedo al caso que nos ocupa: "Quien se pica ajos come". Así de sencillo. La mayoría estaréis hartas - y hartos - de oír/leer frases del tipo: "Ser hombre se ha convertido en un peligro; nos criminalizan por el simple hecho de ser hombres; estamos expuestos a que nos denuncien falsamente; la presunción de inocencia ya no existe..." Podría seguir hasta aburriros, no os quepa duda. En esta línea escribía Miguel Lorente hace unos días: "Al machismo no le interesa diferenciar "hombre" de "maltratador" para decir que como no todos los hombres son maltratadores, en verdad ninguno de ellos lo es..." Es la estrategia de generar confusión, a través del victimismo y el "#NotAllMen", un recurso que, por desgracia, se ha convertido en recurrente en la actualidad. Con su reacción, a destiempo y carente de argumentos, demuestran que se sienten aludidos, que esto en realidad va con ellos y que, en absoluto, es su deseo ceder privilegios. Hablando en plata: se les ve el plumero.

Lo cierto es que hay que darse por aludido, pero en un sentido bien distinto: se necesitan hombres, jóvenes y activos, que deseen desconstruirse. Hacen falta nuevos modelos de masculinidad. Porque, aunque cueste entenderlo, el feminismo persigue la búsqueda de la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. Porque, nos duela o no, el machismo es un problema del hombre que sufren las mujeres.


Termino con una cita de María Noel Vaeza, directora de programas de ONU Mujeres, en una entrevista publicada en El País en mayo del año pasado: "Los hombres deben estar en el feminismo moderno". En definitiva, el cambio depende de todos y todas.

sábado, 13 de abril de 2019

La historia de Carmen

Una nueva agresión tuvo lugar. Era cuestión de tiempo que volviera a ocurrir. Carmen y José eran matrimonio desde hace mucho tiempo. Fruto de su unión tenían una hija común en edad adolescente (a fecha de esta historia, contaba con 16 años). Que supiéramos, era la sexta vez en la que José empleaba la violencia física sobre Carmen. 6 veces, nada más y nada menos.

Si os estáis preguntando qué pasó en las 5 anteriores, aquí tenéis la respuesta: Carmen no denunció a su maltratador y todo siguió igual. Las causas se archivaban, tras lo que ambos abandonaban el Juzgado juntos, con sus manos entrelazadas, para dirigirse una vez más a esa vivienda que compartían y que, en absoluto, podía calificarse de hogar. Esto último requiere de una buena dosis de cariño y respeto, aspectos que, en este caso, brillaban por su ausencia.

Sinceramente, en un principio, no albergaba esperanzas en esta sexta ocasión. Ese parte de actuación que descansaba sobre mi mesa, con un resumen de lo ocurrido y las firmas de los agentes intervinientes, volvería a ser insuficiente. Eso creía, hasta que me puse manos a la obra. Por un lado, los Policías actuantes habían apreciado lesiones en el rostro, cuello y brazos de Carmen. Por otro, comprobé que fue la hija (Manuela) quien había realizado la llamada al número de emergencias. No solo eso, sino que narró lo ocurrido a los agentes, en un tono en el que la preocupación era fácilmente detectable. 

Sin más preámbulos, comenzamos la gestiones de investigación. La falta de expectativas inicial dio paso a la esperanza. Esta vez estábamos convencidos de que podíamos echar una mano a Carmen para salir de ese infierno, aun a sabiendas de que ella no deseaba, por el momento, nuestra ayuda. Citamos a Manuela en primer lugar: quisimos que viniera sola (su grado de madurez y edad nos permitían explorarla sin presencia adulta), cosa que hizo encantada. Hasta aquí, fenomenal. Pero la cosa se iba a torcer... Habían pasado varios días del episodio violento y Manuela se "había enfriado". Fue leerle la dichosa dispensa (el artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal) e inmediatamente se acogió al privilegio de no declarar en contra de su padre. Por ahora, el caso no pintaba nada bien.

Decidimos analizar todos los atestados anteriores, en busca de algún dato que pudiera cambiar el rumbo de la investigación. Ninguno de ellos lo habíamos instruido en mi Grupo por lo que, en principio, desconocíamos los detalles. Cuál fue mi sorpresa cuando me percaté de que en dos de ellos el requirente (persona que llama a la Policía para dar cuenta de la comisión de un presunto delito, en este caso concreto) era un vecino del inmueble donde residían. Pondríamos toda la carne en el asador a la hora de elaborar el informe vecinal, empezando por este "buen samaritano".

Voilá. Bingo. Eureka. No nos equivocábamos: este señor demostró ser un "buen samaritano", pero además localizamos a otra vecina dispuesta a dar la cara por Carmen. Lo que determinó el cambio positivo fue, sin duda, la implicación de ambos, extremo éste que unido al hecho de que habían sido testigos visuales directos de algunas de las agresiones, nos situaban en una posición muy favorable de cara al proceso penal que en unos días daría comienzo. Carmen, por su parte, vino a Comisaría para firmar un acta de "no declaración", o sea, acogerse también al maldito 416. Nada nuevo bajo el sol.

Con toda la información recogida, una vez convenientemente documentada, detuvimos a José. Éste decidió no declarar en Sede Policial, como era de esperar. Se le veía seguro de sí mismo; esperaba, indudablemente, que esta vez no fuera distinta a las anteriores. Al día siguiente, en el Juzgado, José se dio de bruces con la realidad en forma de indicios consistentes: varios agentes que habían visto el menoscabo físico en Carmen y, además, un puñado de vecinos aseguraban haberlo "pillado" in fraganti, con las manos en la masa. Reconoció los hechos, por un lado, y se conformó con la petición de la Fiscal, por otro. 1 año y cuatro meses de alejamiento e incomunicación de Carmen fue la pena impuesta (la prisión quedó suspendida por el momento, al ascender a unos cuantos meses).

Habíamos ganado una batalla. Una de muchas, pues la meta de la supervivencia todavía se ve difuminada, lejana, allá en el horizonte. A pesar de todo, a los pocos días nos encontramos con un acontecimiento inesperado: Carmen había llamado al 091 para informar de que José estaba en su portal, en actitud de espera. Quería verla; quería recuperarla. La esperanza de su agresor se vio truncada por la rápida actuación de un Z, que lo detuvo en el lugar. Otro pasito más cerca de la salida, Carmen.

Esta es la historia de una mujer maltratada, alguien que sin la intervención externa todavía seguiría atrapada en las garras de su agresor. Su ejemplo ha de servirnos para dar la cara y salir del silencio cómplice. Denuncia, no mires para otro lado. Ante la violencia de género, tolerancia cero. Por ellas.


Fuente: https://www.catalunyapress.es/texto-diario/mostrar/380070/victimas-supervivientes-claves-luchar-positivo-contra-violencia-genero

lunes, 8 de abril de 2019

Negar la mayor


Hoy os traigo, del rico refranero castellano, “negar la mayor”. Lo que vendría a ser, básicamente, dar la espalda a la realidad o remar a contracorriente, a sabiendas de lo que supone. Algo que, aunque cueste creerlo, está de moda en un ámbito de tanta importancia como la búsqueda de la igualdad.

El momento actual, por suerte o por desgracia, empuja a la polarización. El mejor ejemplo para explicar esta situación nos remite a la política: pareciera, a escasos día de los comicios generales, que solo existe la izquierda y la derecha. No solo eso, sino que además ambas han de tender a la búsqueda de los extremos. El término medio, la escala de grises; han pasado, quiero pensar que temporalmente, a mejor vida.

En materia de igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres ocurre algo parecido. Y es que no debemos perder de vista que lo personal es político. Ante los indudables avances del feminismo, una parte de la sociedad ha optado por situarse en la más combativa oposición. Una reacción, en algunos casos, que incluso llega a virar a agresiva, sobre todo si se cuenta con el paraguas protector del anonimato en redes sociales. Una especie de “todo vale” en el mundo virtual, con tal de mantener intactos mis privilegios y, por ende, la desigualdad por razón de género.

Todo esto que os cuento choca de lleno con la realidad de los datos. Algo que, sin duda, cuesta comprender. ¿Cómo es posible negar el alcance social de la violencia sobre la mujer? Según el Consejo General del Poder Judicial, cada día de 2018 se registraron 457 denuncias de media por maltrato en el ámbito de la pareja. Nada más y nada menos. Pero, para ellos – y ellas, todo hay que decirlo – el verdadero problema radica en el “alto porcentaje” de denuncias falsas, ese que ningún año alcanza el 0’1% del total, si nos remitimos a las estadísticas de la Fiscalía General del Estado.

Sigamos: cuando les dicen que el machismo mata, que al año una media de 60 hombres asesinan a quienes son o fueron sus parejas (mujeres); son capaces de achacar el problema a los extranjeros, o apuntar que “no todos los hombres matan”. Acabáramos. También, por cierto, nos recuerdan que los hombres son asesinados en una proporción mucho mayor que las mujeres, obviando, de plena conciencia, que sus asesinos son también hombres en su inmensa mayoría.

Venga, que ya hemos cogido carrerilla: en una ciudad como Málaga, el año pasado se registraron un total de 225 presuntos delitos contra la libertad e indemnidad sexual (aquí entra el Título del Código Penal completo: abusos, agresiones, acosos, etc), según el último Balance de Criminalidad del Ministerio del Interior. Esto, traducido a horas, quedaría de la siguiente manera: cada 40 horas aproximadamente se comete una supuesta infracción penal del Título VIII del Código Penal, es decir, de naturaleza sexual. Voy un poco más allá, si me lo permitís: en casi todos coincide el sexo de víctima y presunto agresor. Mujer, la primera; varón, el segundo.

No hay nada como darse un buen baño de estadísticas oficiales para abrir los ojos, ¿no os parece? Aún así, todavía algunos – y algunas, por desgracia – seguirán “negando la mayor”.