El nuevo día se presentó frío y desapacible. No es que a mí me importara o fuera a afectar de algún modo el devenir de los acontecimientos. Lo iba a hacer, nada en el mundo podía ya frenarme. Solo quería acallar las voces que taladraban mi conciencia: “Mátala, la muy puta te lo ha arrebatado todo”. Era conmigo o con nadie más; no había vuelta atrás. Y después, la oscuridad.
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