Hola bloggers! Cuánto tiempo sin publicar una entrada... Ha trascurrido cerca de un año desde la última vez que me aventuré a compartir un relato. Opino que ya va siendo hora de volver a la acción, y esta vez prometo continuidad.
Antes de entrar de lleno al tema que da título a este "post", me gustaría dar las gracias a mi amiga Pilu. En la noche de ayer, nos contaba que había decidido retomar la literatura a través de la creación de su nuevo blog. Esta noticia, que recibimos con gran alegría (la misma con la que ella la compartía con nosotros ), me hizo recordar que un día no muy lejano, la escritura me brindó grandes momentos y que, sin motivo aparente, de la noche a la mañana, la di de lado. Lo dicho, gracias por devolverme las ganas y motivación suficientes para ponerme delante del ordenador y dar forma a esta líneas.
Ahora sí. La vista no os falla, la palabra paternidad resume el mayor cambio aún por llegar de mi corto periplo terrenal. Dios mediante, sobre el 17 de mayo, mi mujer y yo traeremos una vida al mundo. Bueno, en realidad será ella la que lo sufra en sus carnes... Un servidor las contracciones las experimenta en el fisioterapeuta, por decir algo (xd). Pero allí estaremos para compartir el dolor, de eso no os quepa duda.
La noticia llegó de forma inesperada. Recién casados y con la luna de miel pospuesta por motivos laborales, un miércoles cualquiera y tras un retraso preocupante en la bajada de la regla, volví a casa con un predictor en mis manos. Así, sin previo aviso. Ella, al verme, era un volcán de sensaciones enfrentadas. A bote pronto diría miedo, inquietud y sorpresa. Cinco minutos después salía del baño con el aparato, señalando una pequeña línea de color azul en la ventanilla al efecto. Diría que me costó unos cuantos segundos digerir la noticia, sin embargo, ambos terminamos saltando de alegría y nos abrazamos. ¿Qué otro sentimiento te puede generar saber que has creado una vida? Felicidad en su máximo exponente.
La buena nueva dio paso al baile de llamadas. Familia cercana de ambos y algún amigo íntimo fueron los elegidos para participar de nuestro júbilo desbordante. Por supuesto, la mayoría de los interlocutores expresaban inicialmente su sorpresa, para dar paso casi de inmediato al pleno alborozo, como no podía ser de otra manera. Parece que fue ayer y mañana nos metemos de lleno en la semana 28... el tiempo vuela.
A partir de ese momento comenzó la locura. Sí, sí, locura es la palabra que mejor define los acontecimientos que siguieron al notición. Primero, aceleramos la búsqueda de viviendas hasta tal punto que, unos dos meses después, ya estábamos en el despacho de un notario de la Alameda principal, dispuestos a firmar la escritura y la hipoteca. Menos mal que encontramos un buen chollo bancario y que mis padres son los ahorradores más concienzudos que he conocido. Sin su ayuda no hubiera sido posible. Segundo, contratamos un seguro privado que nos diera buenas coberturas, si bien el parto no nos lo cubriría (al parecer hay que contratar los seguros médicos con una antelación de seis meses al embarazo). Tercero y último, comenzamos a informarnos de lo que en realidad significaba convertirse en papás. A este respecto he de decir que, para nuestra generación, resulta muy sencillo acceder a multitud de información en la web. No me imagino como nuestros padres se documentaron en la edad de piedra...
Se trata de una etapa en la vida de las personas que se vive con una intensidad muy especial. Cada ecografía, cada cita con la matrona, incluso los días en que solo vamos al médico para conocer los resultados de una analítica... Es un camino repleto de amor. Recuerdo la ecografía de las 12 semanas. Cuando nuestro bebé apareció en la pantalla, mientras el ginecólogo describía las diferentes partes de su diminuto cuerpecito, se paró el mundo por unos instantes. Todo mi cuerpo fue recorrido por un cosquilleo que, aquí y ahora, mientras os relato mi vivencia, estoy volviendo a experimentar. Qué felicidad más grande.
También guardo en mi baúl con cariño el momento en que nos enteramos que era un varón. En la pantalla se veía un pequeño saquito blanco que el ginecólogo decía que eran los testículos (me lo creo porque lo dijo el doctor, porque era tan diminuto que se podría haber confundido con el pixelado de la imagen).
En lo que se refiere a nombres, estamos casi decididos. Óliver ha cogido ventaja sobre un selecto grupo. La verdad es que para nosotros, al ser un matrimonio mitad británico, mitad español, resulta algo más complicado. Las pautas para la elección son: en primer lugar, que nos guste y que no sea muy común y en segundo lugar, que suene igual en los dos idiomas. Ya véis que este requisito reduce la lista una barbaridad.
Por otro lado, están los preparativos. Qué cantidad de cosas se necesitan para traer a un ser humano al mundo. Que si carrito con su correspondiente capazo, que si cuna y moisés, que si asiento para el coche, chupetes, y una larga lista de etcéteras. Gracias a Dios que su abuela lo tiene todo claro y ha cogido las riendas en este importante aspecto. Yo estoy casi desentendido, vaya...
No quiero aburriros en exceso, ni tampoco tirarme al barro en mi vuelta a
los terrenos de juego, por lo que pasaré a las conclusiones. He elegido este tema para mi regreso por la felicidad que me genera hablar de ello. Admito que en algunos foros puedo resultar hasta cansino, pero es que mi vida ahora mismo gira en torno a él. Al igual que girará desde el momento en que lo tengamos en nuestros brazos y hasta el fin de nuestros días. Desde aquí, animaros a embarcaros en esta aventura de ser padres, no os arrenpentiréis (fijáos que lo dice un futuro papá, es probable que en unos meses me retracte de mis palabras). Un fuerte abrazo y a intentar ser muy muy felices. See you soon
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