Todo empezó hace dos semanas. No sabría deciros exactamente si un martes o un miércoles; la memoria es frágil, como tantas otras cosas. María, mamá de Daniela, se plantó en la Comisaría Provincial de Málaga en busca de ayuda. Estaba desesperada.
Seis meses antes su hija (19 años) había conocido a un chico, Jesús, algo mayor que ella. Al principio todo parecía normal, una relación incipiente entre dos jóvenes con ilusión por compartir. Al principio solamente. Pronto la cosa iba a cambiar: a Daniela se le empezó a borrar la sonrisa de la cara. Se mostraba irascible con habitualidad. Contaba María que tenía que medir las palabras para no provocar su enfado. La relación madre-hija se fue deteriorando.
Aproximadamente a mediados de octubre la mujer encontró una explicación a los cambios: su hija estaba siendo maltratada. Lo supo porque un día se ausentó sin previo aviso, algo poco común en Daniela. Desde su preocupación de madre, tras pasar la joven la noche fuera de casa, decidió llamar a una amiga para preguntarle por su paradero. Ella, lejos de esconderle la verdad, le narró con pelos y señales la situación: Daniela se había convertido en víctima de violencia de género. María, que en parte se lo esperaba, le preguntó por cómo lo sabía, a lo que la chica le contó que Daniela se lo había dicho. A veces, coincidiendo con las explosiones violentas, abría momentáneamente los ojos y la llamaba entre sollozos. Jesús le controlaba el teléfono, la insultaba, se mostraba celoso hasta extremos insospechados. Refirió, además, que hacía unos días, estando en casa de otra amiga en común, el joven la agredió en la vía pública, teniendo los vecinos que llamar a la Policía.
María estaba desconcertada. Sentía pavor por lo que le acababa de revelar Josefa, íntima de Daniela. Decidió abordarla de frente. Total, entre ellas no había secretos. ¿El resultado? Nada satisfactorio, para que os voy a engañar. Daniela admitió los hechos parcialmente. Jesús "perdía a veces los papeles", pero lo hacía siempre por amor. María tenía que entender que se trataba de un joven impulsivo, incluso apasionado a ratos. Ella, lejos de comprender y achantarse, le pidió a su hija que recapacitara, que dejara la relación y volviera a casa, a su lado. A esas alturas Daniela ya pasaba muchas noches con su novio y tenía pensado irse a vivir con él.
La reacción de Daniela fue enfadarse, primero, y huir, seguidamente. La joven se dio cuenta de que su madre no era capaz de comprenderlo, tal y como le había dicho Jesús. "Lo suyo solo lo entendían ellos; era algo especial". Y ella lo quería con locura. Así las cosas, le dijo a su madre que la dejara tranquila, para a continuación marcharse con él y reducir los contactos al mínimo.
Recuerdo que la entrevista inicial con María fue muy dolorosa: entre lágrimas, la mujer intentaba explicarnos la situación, mezclando los detalles y confundiendo frases. Tras una labor enorme de dos compañeras especializadas de mi Grupo, conseguimos calmarla y elaborar un acta de denuncia bastante completa. Una madre nunca abandona a su hija.
A partir de la declaración de María, comenzaron diez días de intenso trabajo: conseguimos rescatar el parte de la intervención policial derivado del episodio violento ocurrido en la calle y localizamos a varios testigos, tanto del entorno de Daniela como miembros del vecindario donde tuvo lugar la presunta agresión, allá por el mes de octubre. La declaración más valiosa se llevó a cabo bajo la protección de la figura del testigo protegido. Un ser querido de nuestra protagonista dio un paso al frente para auxiliarla: narró la situación de forma precisa, aportó archivos de audio y manifestó haber presenciado, en vivo y en directo, parte del suceso violento antes descrito. No en balde tuvo lugar junto a la puerta de su bloque de pisos.
Con toda la información a nuestro alcance decidimos ir a por Jesús. Teníamos indicios suficientes de la existencia de delito y de su implicación en él, así que se le detuvo a finales de la semana pasada. Sin embargo todavía quedaba la parte más complicada: Daniela. La misma agente que trató con su madre María, acompañada por otro especialista, estuvieron con ella más de dos horas. Había que poner toda la carne en el asador; anhelábamos protegerla y acompañarla. Finalmente consiguieron que se "derrumbara": narró la agresión de octubre, sin esconderse.
A la mañana siguiente la fiscal de guardia, amiga a estas alturas del partido, me escribió sobre el asunto. Dijo que le preocupaba sobremanera. Hablamos brevemente de los aspectos de mayor interés y quedamos en que me mantendría al tanto de todo. Al ratito recibí otro whatsapp, en el que me contaba que Daniela se había ratificado en su declaración y que iba a intentar que Jesús se conformara. Tocaba oír al investigado. Quedé a la espera, ávido de buenas noticias.
El mensaje llegó exactamente a las 13:12 del viernes. "Se conformó"; a lo que se acompañaban varios emoticonos de celebración. Jesús fue condenado a 2 años de alejamiento y seis meses de prisión, sustituida esta por el curso en igualdad y fomento del respeto en las relaciones de pareja. Le vendrá de maravilla lo último, todo sea dicho. Habíamos ganado. María, mamá de Daniela, y ese ser querido que también saldría en su defensa, nos dieron una lección de valentía. Ellas volvieron a demostrar que el apoyo externo es fundamental para combatir esta lacra. Desde aquí, os doy las gracias, en nombre propio y de mi Grupo.
P.D.: todos los nombres que he empleado en este breve relato son ficticios por razones obvias.